(columna) Esperanza (y) Política

Por Juan Ignacio Latorre y Pedro Pablo Achondo

El Mostrador, 09 de octubre 2020

El quehacer político no se acaba en lo posible, pues la política se alimenta de nuestros deseos, aspiraciones y utopías. Ella, la política, necesita de lo imposible.

Creemos que gran parte de lo que estalló el pasado octubre fue una explosión que brotó en contraposición a un posible sin gracia, apagado y gris, cargado de abusos e injusticias. Lo de octubre y los meses que siguieron fue también un imposible. Allí estaban todas las banderas y todas las causas; algunas pequeñas e invisibles y otras que rugían elevadas sobre Baquedano en Plaza Dignidad. Esos meses fueron manifestación densa del encuentro de esos dos modos de aparecer y ser que posee toda buena política: lo real y lo ideal, lo que es y lo que queremos que sea.

Durante esos meses de masivas manifestaciones ciudadanas, la política de lo posible se vio totalmente sobrepasada, sin saber cómo acoger los imposibles que clamaban por una transformación. Se impuso el uso de la fuerza por quienes tienen el monopolio de las armas, sin el debido respeto a sus propios protocolos en relación con la población civil, dejando y provocando las heridas que bien todos conocemos, las más graves y masivas violaciones a los DDHH ocurridas en Chile desde la recuperación de la democracia. Cuando la esperanza se agolpa sobre las calles, todas las estructuras tiemblan. Pues es propio de las estructuras dominar, controlar, organizar, y es propio de la esperanza, soñar, empujar y abrir. Ella no puede ser domesticada.

La política de la esperanza pedía justicia, igualdad y reconocimiento, sin proponer un único canal adecuado para comenzar un camino. La política encontró un camino posible, un acuerdo democrático para canalizar el proceso constituyente que ya había comenzado en las calles, plazas y cabildos del pueblo. Estamos a las puertas de un plebiscito histórico. El 25 de octubre votaremos aprobar la posibilidad de construir una nueva Constitución para Chile a través de una Convención Constitucional 100% elegida por la ciudadanía, paritaria (hombres y mujeres en igualdad de representación, lo que es inédito en procesos constituyentes a nivel internacional) y con escaños reservados para pueblos originarios. Un gran camino, necesario para permitir que lo imposible vaya transformando lo posible.

En este contexto, nos surgen preguntas y algunas consideraciones. Resulta que al “institucionalizarse” el proceso ciudadano o, dicho de otra manera, al conducirse por los canales de la política de lo posible, los deseos y esperanzas de la política de lo imposible parecieran diluirse, desvanecerse como si todo hubiese sido simplemente un montón de gritos, marchas y consignas. Pero la justicia, el hambre y los abusos de décadas no se canalizan tan fácilmente. ¿Qué ha sido de la belleza y la estética, por ejemplo, de aquel carnaval ciudadano? ¿Qué es de la fiesta y la alegría que abrazó las calles del país? ¿Qué lugar vamos construyendo ahora para la esperanza?

Es evidente que no hay estamentos o compartimentos fijos. Lo posible y los sueños que mueven nuestros deseos de sociedad se entremezclan. Organización y carnaval necesitan sus tiempos y límites, la voz del pueblo también se cansa. Nadie puede marchar para siempre. Para ello la política cumple una función insoslayable y fundamental: permitir que los procesos legítimamente se desarrollen y lleguen a término. Para dar pie a otros procesos que nos permitirán continuar el camino de construir esperanza y convivencia.

El proceso histórico que estamos viviendo debe canalizar estas esperanzas, y en ningún caso estas deben ser apaciguadas o domesticadas. Su arte será precisamente conducirlas políticamente con orientación al bien común. La tensión entre lo posible y lo imposible no debe entenderse como una dificultad o incoherencia en los procesos sociopolíticos de los pueblos, sino como el engranaje que permite que estos avancen. No estamos hablando de pequeñas promesas o soluciones temporales, sino efectivamente de transformaciones estructurales que requieren decisiones osadas y una gran generosidad de parte de todos.

La política debe conducir estas esperanzas y para ello debe saber leerlas. Vivimos otra época, no estamos ni en los 70 ni en los 80. La futura Constitución debe preguntarse por su lenguaje, por su amplitud y por el lugar que dará para que la esperanza sea dicha y establecida como sentir ciudadano y movilizador de una ética, para nuestro hoy y mañana, en pleno siglo XXI, asumiendo los desafíos de nuestro tiempo y pensando empáticamente en las futuras generaciones.

Frente a la crisis climática y ecológica es fundamental incorporar los principios ético-políticos de justicia social, ambiental e intergeneracional.

En estas semanas previas a la votación histórica del plebiscito, a 1 año del estallido social, y en contexto de pandemia donde se han enfermado más de 450 mil personas y han fallecido más de 17 mil, es necesario preguntarnos: ¿dónde está la épica que vimos y padecimos en las calles de Chile? ¿Qué ha sido de todas esas esperanzas teñidas de creatividad y emotividad? ¿Dónde están contenidas y siendo procesadas? Tenemos la oportunidad histórica de construir una gran asamblea de deliberación democrática y esperanza, votando Apruebo y Convención Constitucional. Ahí volvemos a pararnos en la política de lo imposible, y con todas las chances de que se torne, ahora, posible.

Nada está asegurado, pero como no sucedía hace décadas (tal vez la última vez en el plebiscito del 5 de octubre de 1988, donde la ciudadanía derrotó a la dictadura), la pelota la tiene el pueblo soberano y si la política –aquella de lo posible– se mantiene atenta para escuchar, lúcida y abierta, será capaz de efectivamente encauzar las esperanzas imposibles de un Chile cansado, abusado, indignado y sumamente despierto.

Los ojos arrebatados de las víctimas de trauma ocular, símbolo del dolor de la política de lo imposible, no pueden y no deben simplemente desvanecerse en una página en blanco. Con ellos y a través de ellos, la ciudadanía escribirá la esperanza que nos convoca.

Tenemos la oportunidad histórica de superar la Constitución de la dictadura y su herencia, el modelo neoliberal extremo que se impuso a sangre y fuego. La larga transición pactada generó desmovilización después del plebiscito y se impuso la política “en la medida de lo posible”. Tenemos la oportunidad de construir nuevas esperanzas, utopías y horizontes de la política de lo imposible.

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