Columna: Un nuevo pacto “con” el agua

Columna El Mostrador, 14 de enero 2020

Juan Ignacio Latorre y Pedro Pablo Achondo

Columna por Juan Ignacio Latorre y Pedro Pablo Achondo

No nos cabe duda de que un “nuevo pacto” es necesario entre la ciudadanía y la naturaleza en la diversidad de territorios que nos constituyen y en donde nos construimos en tanto personas y pueblos. En esta columna nos interesa referirnos al agua y aportar a la reflexión política y social desde otro ángulo. Una aproximación que nos permita ampliar la mirada y profundizar en un contexto propicio -el proceso constituyente- para generar otras prácticas y otras políticas del agua. Pues, como decía el poeta francés Paul Claudel: “Todo lo que el corazón desea puede reducirse siempre a la figura del agua”.

Entendemos al agua como mucho más que agua. El debate actual sobre el agua como derecho humano y bien común la sitúa en otra categoría, más que la simplemente material. El agua es vida, nos habita. Estamos llenos de ella. Nuestro planeta es en su mayoría agua y cuando nos encontramos en medio del océano, se nos recuerda nuestra pequeñez e insignificancia. El agua que puede ser tan pequeña como gotas de rocío salvaje como las olas incontrolables y majestuosa en un glaciar. En muchas culturas, nos bautiza, nos renueva y purifica. Con el agua conformamos una comunidad ética. No exageramos. Establecemos un vínculo con ella del orden de la ética: justo, bueno, bello, saludable, necesario, mutuo. El agua debe ser cuidada, favorecida y celebrada. Esa comunidad ética humanos-agua debe ser comprendida como un bien. No solo el agua, en tanto materia/sustancia es un bien necesario; sino que la comunidad hace bien, nos engrandece y transforma. Somos lo que somos porque hay agua. ¿Y la política? En Chile, de algún modo, esa relación ética ha sido mercantilizada, usurpada por algunos y manipulada a partir de cuestionables estándares éticos. Rodrigo Mundaca, vocero de Modatima, premiado en Nuremberg hace algunos meses por su defensa de los DDHH, y amenazado cobardemente a su regreso a Chile, nos ha enrostrado incansablemente el costo y aberración del Código de Aguas de nuestro país; denunciando los intereses económicos que lo sustentan.

Esta misma semana seguimos siendo testigos de una comprensión neoliberalizada del agua, al rechazarse en el Senado la idea de legislar una reforma constitucional que consagra el agua como derecho humano y bien de uso público. La comunidad ética ciudadanía-agua tiene dueños. Y esos dueños, distribuyen, cortan, entregan, administran y deciden que se hace con el agua. Para quiénes y cuánto. Y como si fuera el colmo, nos impelen a racionalizarla en breves duchas o tragos cortos.

Vale la pena detenerse y reflexionar más allá de lo económico, pues el problema subyacente es ético y político. ¿Es posible vivir en estas condiciones cuando el acceso al agua está mediado e intervenido por privados? ¿Acaso no es tiempo de reconstruir el vínculo y alianza pública con el agua? ¿No vale más una comunidad de familias, niños, animales, un ecosistema, que una plantación particular de paltos? Si los paltos se secan, ¿quiénes se ven afectados? ¿Quiénes mueren? Sírvanos como botón de muestra la situación de los crianceros de Putaendo, la realidad de Petorca, o la larga lucha por la defensa del río Maipo.

Puede parecer que estamos confundiendo niveles o mezclando escalas de análisis: el mar y el agua de nuestros hogares; un regadío de paltos y los ríos que corren por el sur. Permítannos decirles que de eso se trata, precisamente. El filósofo y ecólogo británico Timothy Morton, entre otros, nos instan a pensar en multiescalas, es decir, pensar en el río y el agua que llega a la casa, al mismo tiempo. Afirma, Morton, que uno de los problemas de la crisis ecológica tiene que ver con el aislamiento o particularismo a la hora de entender los fenómenos medioambientales. Debemos entenderlos más bien como procesos, relaciones y movimientos. Lo que nos debe preocupar no es solo si tenemos agua en nuestra cocina, sino cómo ella circula y seguirá circulando; y de qué forma establecemos vínculos (grandes y pequeños, personales y colectivos) con cada fenómeno y agente del medioambiente. Hablar del agua no es, entonces, solo hablar de sequía o del borde costero. Es eso y toda la red de relaciones que a partir de ello se desprende. Debemos entender los fenómenos desde lo macro y lo micro, desde lo lejano y lo cercano, lo amplio y lo específico, desde lo propio y lo ajeno. ¡Incluso más! Desde lo humano y lo no-humano. Desde las múltiples relaciones que se establecen y lo que de ahí fluye, se genera y reconstruye.

Sin duda el agua es más que agua. Pensar en nuestra relación con el agua es trabajar para superar las relaciones capitalistas con ella. Es reestablecer una relación de cuidado y respeto y cultivar una experiencia de otro tipo: de alianza/pacto. En especial con el agua dulce, dada “su supremacía”, como afirma genialmente Gastón Bachelard. La crisis hídrica y eco-social viene a urgirnos en dicha transformación; viene a alertarnos respecto del tiempo y a empujarnos de una vez a la elaboración de políticas públicas necesarias e inteligentes. Ojalá, políticas públicas multiescalares -que se entienden y piensen en estas redes e interacciones y situadas, es decir, que respondan realmente a los desafíos de cada contexto. ¿Sería mucho pedir que el proceso constituyente se proponga la tarea de generar otras relaciones con el agua? No puramente comerciales (el agua como recurso), no materiales (el agua como objeto), no personalistas (el agua como bien privado), ni mucho menos alienantes (“no me importa el agua”).

En este año histórico para nuestra democracia el agua debe ser un punto central, pues necesita ser redemocratizada. Si la entendemos en cuanto bien común y derecho humano (ONU, 2010) ¿Cómo podemos establecer ese pacto personal y ciudadano, público y espiritual con aquello sin lo cual no es posible la vida?
Nombramos a los ríos y lagos, generando un vínculo; como si en esa “apropiación” del agua pudiéramos entenderla, aprisionarla. Los y las llamamos, con género. Y no es de sorprenderse que en Chile todos los ríos posean nombres masculinos; salvo alguna excepción. No así en otras lenguas, como el francés: La Sena, la Saona. La lengua dice mucho de cómo nos relacionamos con la naturaleza y lo no-humano. El nuevo pacto ético-político con el agua debe instarnos a incluir otras preguntas y dimensiones a la hora de elaborar políticas públicas y un ordenamiento territorial de los ecosistemas. Sería irresponsable perder la oportunidad de redescubrir el agua como sujeto relacional, como un otro que posibilita la vida y a partir de ello, por ejemplo, comprender los lugares en disputa hídrica y donde el agua configura relaciones, una economía, políticas, discursos, prácticas sociales e imaginarios (espirituales), como territorios hidrosociales. Ello permitiría focalizar estas zonas y tratarlas de manera particular generando políticas públicas concretas que atiendan y respondan a las necesidades de la comunidad eco-social, reconozcan a los diferentes actores presentes y que se pueda combatir, denunciar y acabar con la irregularidad de las prácticas hídricas de privados, empresas y grandes propietarios. El nuevo pacto de la comunidad ética sociedad-agua debe ser construido como ciudadanía, desde hoy, en vistas de ese Chile que esperamos.

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